viernes, 3 de abril de 2020

Cartas de la cuarentena, uno.


Ya partí, hace algunas horas mi vuelo despegó de la ciudad. Traté por todos los medios posibles de que me tocara del lado de la ventana, pero no lo logré, a pesar de eso creo que un lugar en el pasillo entre filas es bastante cómodo, puedo estirar una de mis piernas libremente (además de tener paso rápido hacia el baño, tu sabes, me mareo mucho en los despegues y aterrizajes). Me sentía algo derrochador, compré la cena “premium”: Pato a la naranja, espero esté bueno, gasté bastante en ello. En fin, parece que el viaje será confortable, nada lujoso.

Busqué entre mis documentos el último reporte de gastos, no pude irme sin revisarlos, el año pasado no pudimos acabar con el presupuesto, por poco nos lo recortan (otra vez). Parece que todo va en orden, no hemos tenido nuevos estudiantes en los últimos meses, pero si muchos nuevos artículos que están en proceso de acabarse y otros más en espera de ser publicados, todo va sobre ruedas en ese aspecto. El maldito estaba entre los cajones, literalmente tuve que mover cada uno de ellos en el escritorio, debería seguir tu consejo y comenzar a usar más la computadora para esta clase de documentos.

Perdón, creo que me acostumbré a ver cifras y trabajo, por poco pierdo lo que tenía que decirte. Entre esos documentos encontré un libro que creía perdido, A… de C.L. En su tiempo pensé que era el mejor que había leído jamás, los pasajes parecían tan personales e intensos que crecían rápidamente como las enredaderas dentro de mí (así lo escribí en uno pequeño papel que dejé en el libro). Sin mentirte me quedé leyéndolo por más de cuatro horas, estaba anonadado, a penas y recordaba todo lo que allí había: un collage que bien podría tratarse de los primeros días de un bebé o los últimos de alguien. Lo que quiero decir es que me conmovió, barajé la posibilidad de llevármelo al viaje, pero ya llevaba otros libros que leer así que lo dejé, si quieres tomarlo está bien, es bastante bueno y lo dejé sobre uno de los estantes del librero, el que está al lado izquierdo de la ventana, lo vas a notar en seguida su portada es azul profundo.

Ah, pensar que me faltan otras nueve horas más hace que me duelan mis nalgas, es terriblemente incómodo estar sentado tanto tiempo, me levantaré dentro de poco para caminar, así que terminaré por hoy ésta especie de carta (es un poco anacrónico, pero ¡ey! Le da un halo de solemnidad a todo esto que va pasando) de todos modos seguiré enviándote mensajes sobre como van las cosas en general, las “cartas” las apartaré como pequeños resúmenes.
Hasta la próxima. Te mando muchos abrazos. 

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