Ya partí, hace algunas horas mi
vuelo despegó de la ciudad. Traté por todos los medios posibles de que me
tocara del lado de la ventana, pero no lo logré, a pesar de eso creo que un
lugar en el pasillo entre filas es bastante cómodo, puedo estirar una de mis
piernas libremente (además de tener paso rápido hacia el baño, tu sabes, me
mareo mucho en los despegues y aterrizajes). Me sentía algo derrochador, compré
la cena “premium”: Pato a la naranja, espero esté bueno, gasté bastante en
ello. En fin, parece que el viaje será confortable, nada lujoso.
Busqué entre mis documentos el
último reporte de gastos, no pude irme sin revisarlos, el año pasado no pudimos
acabar con el presupuesto, por poco nos lo recortan (otra vez). Parece que todo
va en orden, no hemos tenido nuevos estudiantes en los últimos meses, pero si
muchos nuevos artículos que están en proceso de acabarse y otros más en espera
de ser publicados, todo va sobre ruedas en ese aspecto. El maldito estaba entre
los cajones, literalmente tuve que mover cada uno de ellos en el escritorio,
debería seguir tu consejo y comenzar a usar más la computadora para esta clase
de documentos.
Perdón, creo que me acostumbré a
ver cifras y trabajo, por poco pierdo lo que tenía que decirte. Entre esos
documentos encontré un libro que creía perdido, A… de C.L. En su tiempo pensé
que era el mejor que había leído jamás, los pasajes parecían tan personales e
intensos que crecían rápidamente como las enredaderas dentro de mí (así lo
escribí en uno pequeño papel que dejé en el libro). Sin mentirte me quedé
leyéndolo por más de cuatro horas, estaba anonadado, a penas y recordaba todo
lo que allí había: un collage que bien podría tratarse de los primeros días de
un bebé o los últimos de alguien. Lo que quiero decir es que me conmovió,
barajé la posibilidad de llevármelo al viaje, pero ya llevaba otros libros que
leer así que lo dejé, si quieres tomarlo está bien, es bastante bueno y lo dejé
sobre uno de los estantes del librero, el que está al lado izquierdo de la
ventana, lo vas a notar en seguida su portada es azul profundo.
Ah, pensar que me faltan otras
nueve horas más hace que me duelan mis nalgas, es terriblemente incómodo estar
sentado tanto tiempo, me levantaré dentro de poco para caminar, así que
terminaré por hoy ésta especie de carta (es un poco anacrónico, pero ¡ey! Le da
un halo de solemnidad a todo esto que va pasando) de todos modos seguiré
enviándote mensajes sobre como van las cosas en general, las “cartas” las
apartaré como pequeños resúmenes.
Hasta la próxima. Te mando muchos
abrazos.
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