viernes, 21 de junio de 2019

La noche marina.


Tranquila la marea y tranquila el alma
somnolienta como las pocas veces
que decidí volver a ver estas aguas 
dispersas por la sal adherida a mi piel
con la arena juguetona en mis pies.

¿Cómo callar la lluvia de ultramar?
se avecina con rugidos fuertes a lo lejos
quise olvidar por una vez que existía
mientras remaba impaciente a la orilla,
escuché su voz grisácea y tiránica...
Jamás pedí navegar en estas aguas.

Me escogí un collar de nácar y perlas
los pecados petrificados relucientes,
en la noche de la estrella, en la noche
de la plateada luz que ha de tomarme...
que olvidaré entre la espuma el dolor.

He vuelto a nacer en el útero de tierra 
en la raíz milenaria de la ceiba, soy una
con el clamor de la selva, en su palpitar
estoy hecha del último suspiro de un millar
de ánimas e infinitos soles moribundos.

La sal me baña como un bautismo marino
las juntas del pasado cierran con fineza.
Mi historia se cauteriza, cicatriza y olvido
que los gritos existieron en algún tiempo.
Tranquila, ternura de mi vida, me dejo llevar.

Ahora, temblando de felicidad, me despido.
El horizonte se ha vuelto eterno y tornasol,
sin negarme la flor ni el verano, sin lágrimas 
por las espinas ni el invierno, triunfante, solo que mis demonios, hoy, se quedan aquí.

viernes, 7 de junio de 2019

Un pedacito de estrella.


Dejé que volaran las golondrinas justo a mi lado, llevaban sobre sus lomos estrellas que se dispersaban en el profundo azul marino de un cielo que se perdía en la altitud de las montañas, sonreía al ver a la luz juguetear entre las paredes de piedra y nieve, recordé irremediablemente el día cuando vi ese cielo. La trascendencia de las palabras tomaba por asalto las casas que pude recordar, tuve el tiempo para olvidarlas pero no fue suficiente (si es que el tiempo mismo pudiese borrarlo), el canto que siempre quise escuchar de la sierra ahora, cual cigarra, muere al hacerse presente, el irremediable paso arremete y vuelve en arena lo que antes era piedra, mata las formas y las exhibe como sustancia primigenia.
La noche cae ya cerca mío, resplandecen pequeñas pelotas incandescentes, juguetonas, una a una tejidas, abuelos y abuelas que miran desde un lado de la inmensidad. Les miro como lo hacía en mi juventud y aún cae una pequeña lluvia, desde que decidieron demostrar que la eternidad seremos un punto que acompaña al sol por el infinito viaje.
Cuando despierto, la ventana sigue abierta y las montañas aparecen taciturnas frente a mis dilatadas pupilas, el tiempo se detiene detrás de mis pensamientos. Finalmente, me levanto y tomo la primera taza del día, y en ese pequeño té, aparece, un pedacito de estrella.

En lo que encuentro qué escribir. Parte 1.

  Nunca supe como elegir libros Este blog lo comencé hace ya tres años. Esperaba poder verter en él reflexiones sobre lo que leía, de primer...