viernes, 7 de junio de 2019

Un pedacito de estrella.


Dejé que volaran las golondrinas justo a mi lado, llevaban sobre sus lomos estrellas que se dispersaban en el profundo azul marino de un cielo que se perdía en la altitud de las montañas, sonreía al ver a la luz juguetear entre las paredes de piedra y nieve, recordé irremediablemente el día cuando vi ese cielo. La trascendencia de las palabras tomaba por asalto las casas que pude recordar, tuve el tiempo para olvidarlas pero no fue suficiente (si es que el tiempo mismo pudiese borrarlo), el canto que siempre quise escuchar de la sierra ahora, cual cigarra, muere al hacerse presente, el irremediable paso arremete y vuelve en arena lo que antes era piedra, mata las formas y las exhibe como sustancia primigenia.
La noche cae ya cerca mío, resplandecen pequeñas pelotas incandescentes, juguetonas, una a una tejidas, abuelos y abuelas que miran desde un lado de la inmensidad. Les miro como lo hacía en mi juventud y aún cae una pequeña lluvia, desde que decidieron demostrar que la eternidad seremos un punto que acompaña al sol por el infinito viaje.
Cuando despierto, la ventana sigue abierta y las montañas aparecen taciturnas frente a mis dilatadas pupilas, el tiempo se detiene detrás de mis pensamientos. Finalmente, me levanto y tomo la primera taza del día, y en ese pequeño té, aparece, un pedacito de estrella.

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