jueves, 14 de febrero de 2019

Una historia.


No hallo ya la forma de escribir a cerca de ti, no sé cuáles palabras usar para terminar de describir lo que hoy achaca mi pecho (te aseguro que es por ti). Ya no es algo que se apiade de lo poco que queda de los antiguos atardeceres en los pasillos rojizos del palacio, hace que vuelva a brillar tu rostro frente la luz de los días. Se me corta la respiración y dejo caer mis ojos a tus mejillas, tus labios y tus manos, rindo mis esfuerzos para no dejarme hipnotizarme por tus palabras, el tiempo que mis oídos escuchan es etéreo, casi nulo, se pierde entre las perlas escondidas detrás de una tarde lluviosa.
¿Cómo olvidar esa noche? Si estuvimos deambulando bajo vítreas llamaradas y escaparates obscuros. Si juntos hablamos hasta que la de plata mandó a regresar nuestros pasos a la morada. Cuando las raíces de una ceiba alta y fuerte afianzaron suelo, fértiles entre las ulteriores aves coloridas que decidieron bajar y andar sobre la vida que crecía dentro de su vientre de tierra. Un tacto suave, madera viva, el olor a vainilla, frambuesa y zarzamora, dos gemas que brillaban a la par de la sonámbula luz callejera. Panoramas lejanos.
Sonidos para los camaleones, que se esconden detrás de cada esquina, surgían cuando te desconocías entre la sutileza del tiempo que pasa en el palpitar de las calles trémulas. La sinfonía que con pocas luces se escuchaba alto en las paredes que se desnudaban de poco en poco.
Mas que entender cómo ha podido ya pasar el tiempo de vivir bajo el sombrío manto de lo incierto, es aferrarse a una mota de luz que intenta desafiar a la muda oscuridad, ya no solo se trata de atravesarla, se trata de volverla diáfana. Los intentos a través de los libros han resultado sumamente vagos, sin espíritu o la más mínima expresión de ellos mismos. Las formas no dejan de recordar a tus labios, siempre tranquilos y llenos de la vida que se vierten sobre un campo de flores silvestres. No es consiente, tiene un sabor casi etéreo, una sensación de no estar pasando, el uróboros de una verdad que es detenida por el miedo y el sin razón de la perdida.
Pero las raíces han tenido su efecto y su estrago. Ya no queda más que la acera fría por la lluvia, luz inundando las zanjas donde habrá agua en la próxima lluvia de verano. Donde más de ellos pasarán y se aburrirán de los susurros urbanos, aquellos que solo musicalizabas tú.

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