jueves, 20 de abril de 2023

En lo que encuentro qué escribir. Parte 1.


 
Nunca supe como elegir libros

Este blog lo comencé hace ya tres años. Esperaba poder verter en él reflexiones sobre lo que leía, de primera mano, en caliente, ahí es donde creía que se encontraba lo que de veras se quedó  conmigo al cerrar el volumen, por eso mis entradas tienen tantas faltas de ortografía y saltos argumentales. No pensaba lo que escribía, solo lo hacía. De hecho esta entrada está siendo escrita así, lo que salga de primera mano. Hay tanto que decir que se me traban las manos y las palabras no son tan ágiles. Lo siento, estoy dando demasiadas vueltas pero me daré esa licencia, a fin de cuentas este es el espacio original, el blog que mi amada Nutria me incito a iniciar. 

Si vienen de Instagram, lo más seguro es que así sea, se habrán dado cuenta que mis reseñas de libros escasean. No soy un lector ordenado. Me cuesta mucho trabajo no voltear mis ojos a otras lecturas. Leo muchas cosas a la vez, no hay una jerarquía reconocible, leo lo que se me antoja en su momento. De ahí que mi producción de comentarios/reflexiones/divagaciones/reseñas/¿críticas? escaseen (y vaya que escasean). En parte esa es la razón por la que comencé a hablar de cosas, de temas que tienen que ver con libros pero que se salen propiamente de ellos: hablar de autoras/autores, reflexionar sobre algunas corrientes artísticas, dar algunas recomendaciones de libros, ensayos un tanto más largos sobre ciencia, etc. Gracias a José Emilio Pacheco sé que escribir sobre cosas tiene un nombre: Inventario. Me siento cómodo con ese nombre, no es tan pretencioso como decir que escribo "no-ficción" aunque así sea. 

Como decía, no soy un lector ordenado y últimamente me dio por comprar obras completas, que si de Jaime Torres Bodet, que si de Xavier Villaurrutia, que si de Efraín Huerta, etc. Los leo en franco desorden. Un día leyendo una crítica que hizo Villaurrutia sobre Orozco, otro más leyendo nuevamente Nostalgia de la muerte; en otro día (puede ser el mismo donde leí lo de Orozco) leo los desbarajustes que se aventaba Efraín Huerta en el periódico El Popular; leo los poemas ideográficos de Tablada a la par de Último Round de Cortázar, mientras que, tras una pausa para ir al baño, leo y releo una nueva antología de poetas mexicanas. Mientras todo eso sucede, en mi cama me miran las Investigaciones filosóficas y  Gramática filosófica de Wittgenstein, esperando a ser soberbiamente incomprendidas por mi cerebro que no está preparado para entender lo que ahí dice pero que no deja de pensar que ahí estará un nuevo misterio que pensar y masticar. En el celular tengo búsquedas en las principales librerías de la CDMX, claro que si, el flujo de papel no puede parar, siempre tiene que haber más y más, dios, en algún momento tendré que admitir que no puedo leer todo (tal vez lo admita, pero no por ello dejaré de intentarlo). 

Aprendiendo a leer (por tercera vez)

Siendo totalmente honestas/honestos/honestxs: ¿recuerdan cuando comenzaron a leer? Si están aquí, en el debraye, seguramente saben leer o les están leyendo esto. Si ese fuera el caso, tú quien lees para otra persona ¿Cómo aprendiste a leer? Recuerdo que mis padres me enseñaban las letras y como sonaban, paso a paso me guiaron para poder leer los espectaculares de Tlalpan centro. Eran pequeñas pruebas que cuando íbamos en el auto mis padres me ponían. La transición entre leer anuncios enormes y poder leer un cuento infantil es un poco más difusa. Seguramente tenga que ver un bonito (a veces perturbador) libro para infancias: Estrellita Marinera de Laura Esquivel. Muchos detalles se han ido perdiendo al paso de los años, siendo sincero ya no recuerdo una pizca de la trama. Hará unos 18 años que no lo leo, pero si lo he ojeado para ver las maravillosas ilustraciones de Francisco Meléndez. Ya con eso me da para echar pa'tras mi reloj y sentir una vez más lo que sentía al pasar las páginas. 

Los recuerdos, espejos retrovisores que tienden a deformar el pasado, me hacen fijarme en Estrellita Marinera, a pesar de que antes hayan pasado una cantidad de libros que sepa-dios como se llamaban. Las letras, de un modo u otro, estuvieron presentes al paso de mi vida. Recuerdo también una biblia grande y pesada que siempre estaba abierta en un pequeño altar que teníamos en casa. También la ojeaba y, de vez en cuando, leía lo que decía no con demasiado interés real. 

Así fue la primera vez que aprendí a leer, aprendí las reglas básicas para poder siquiera comenzar el intento de entender lo que estaba escrito en cualquier lugar. No fueron años donde me interesara particularmente la literatura, tomaba el camino más cool: la música. En la secundaria todos queríamos ser el wey de la guitarra, no toca muy bien pero se ve bastante genial haciéndolo. Esa era mi tirada por aquellos años extraños, entre mis 12 y 15. Lo que realmente me incitó a la literatura, los libros, el arte, etc. fueron las ganas de ser distinto a las demás personas. No en un sentido profundo, no, quería ser apreciado por mis pares adolescentes, tener una novia, algo. Por eso me intenté inventar un hobby además de los dos que ya tenía, la música y los videojuegos: iba a leer y tratar de ser un pequeño científico. La historia de como llegué a lo que llegué del lado académico daría para otra entrada, no la tocaré por ahora. Les pedí a mis papás que me regalaran un libro para mi cumpleaños número 14, con la esperanza que no me tomaran la palabra...me regalaron Cien Años de Soledad.  


El ciclista, Natalia Goncharova. 1913.

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