jueves, 20 de abril de 2023

En lo que encuentro qué escribir. Parte 1.


 
Nunca supe como elegir libros

Este blog lo comencé hace ya tres años. Esperaba poder verter en él reflexiones sobre lo que leía, de primera mano, en caliente, ahí es donde creía que se encontraba lo que de veras se quedó  conmigo al cerrar el volumen, por eso mis entradas tienen tantas faltas de ortografía y saltos argumentales. No pensaba lo que escribía, solo lo hacía. De hecho esta entrada está siendo escrita así, lo que salga de primera mano. Hay tanto que decir que se me traban las manos y las palabras no son tan ágiles. Lo siento, estoy dando demasiadas vueltas pero me daré esa licencia, a fin de cuentas este es el espacio original, el blog que mi amada Nutria me incito a iniciar. 

Si vienen de Instagram, lo más seguro es que así sea, se habrán dado cuenta que mis reseñas de libros escasean. No soy un lector ordenado. Me cuesta mucho trabajo no voltear mis ojos a otras lecturas. Leo muchas cosas a la vez, no hay una jerarquía reconocible, leo lo que se me antoja en su momento. De ahí que mi producción de comentarios/reflexiones/divagaciones/reseñas/¿críticas? escaseen (y vaya que escasean). En parte esa es la razón por la que comencé a hablar de cosas, de temas que tienen que ver con libros pero que se salen propiamente de ellos: hablar de autoras/autores, reflexionar sobre algunas corrientes artísticas, dar algunas recomendaciones de libros, ensayos un tanto más largos sobre ciencia, etc. Gracias a José Emilio Pacheco sé que escribir sobre cosas tiene un nombre: Inventario. Me siento cómodo con ese nombre, no es tan pretencioso como decir que escribo "no-ficción" aunque así sea. 

Como decía, no soy un lector ordenado y últimamente me dio por comprar obras completas, que si de Jaime Torres Bodet, que si de Xavier Villaurrutia, que si de Efraín Huerta, etc. Los leo en franco desorden. Un día leyendo una crítica que hizo Villaurrutia sobre Orozco, otro más leyendo nuevamente Nostalgia de la muerte; en otro día (puede ser el mismo donde leí lo de Orozco) leo los desbarajustes que se aventaba Efraín Huerta en el periódico El Popular; leo los poemas ideográficos de Tablada a la par de Último Round de Cortázar, mientras que, tras una pausa para ir al baño, leo y releo una nueva antología de poetas mexicanas. Mientras todo eso sucede, en mi cama me miran las Investigaciones filosóficas y  Gramática filosófica de Wittgenstein, esperando a ser soberbiamente incomprendidas por mi cerebro que no está preparado para entender lo que ahí dice pero que no deja de pensar que ahí estará un nuevo misterio que pensar y masticar. En el celular tengo búsquedas en las principales librerías de la CDMX, claro que si, el flujo de papel no puede parar, siempre tiene que haber más y más, dios, en algún momento tendré que admitir que no puedo leer todo (tal vez lo admita, pero no por ello dejaré de intentarlo). 

Aprendiendo a leer (por tercera vez)

Siendo totalmente honestas/honestos/honestxs: ¿recuerdan cuando comenzaron a leer? Si están aquí, en el debraye, seguramente saben leer o les están leyendo esto. Si ese fuera el caso, tú quien lees para otra persona ¿Cómo aprendiste a leer? Recuerdo que mis padres me enseñaban las letras y como sonaban, paso a paso me guiaron para poder leer los espectaculares de Tlalpan centro. Eran pequeñas pruebas que cuando íbamos en el auto mis padres me ponían. La transición entre leer anuncios enormes y poder leer un cuento infantil es un poco más difusa. Seguramente tenga que ver un bonito (a veces perturbador) libro para infancias: Estrellita Marinera de Laura Esquivel. Muchos detalles se han ido perdiendo al paso de los años, siendo sincero ya no recuerdo una pizca de la trama. Hará unos 18 años que no lo leo, pero si lo he ojeado para ver las maravillosas ilustraciones de Francisco Meléndez. Ya con eso me da para echar pa'tras mi reloj y sentir una vez más lo que sentía al pasar las páginas. 

Los recuerdos, espejos retrovisores que tienden a deformar el pasado, me hacen fijarme en Estrellita Marinera, a pesar de que antes hayan pasado una cantidad de libros que sepa-dios como se llamaban. Las letras, de un modo u otro, estuvieron presentes al paso de mi vida. Recuerdo también una biblia grande y pesada que siempre estaba abierta en un pequeño altar que teníamos en casa. También la ojeaba y, de vez en cuando, leía lo que decía no con demasiado interés real. 

Así fue la primera vez que aprendí a leer, aprendí las reglas básicas para poder siquiera comenzar el intento de entender lo que estaba escrito en cualquier lugar. No fueron años donde me interesara particularmente la literatura, tomaba el camino más cool: la música. En la secundaria todos queríamos ser el wey de la guitarra, no toca muy bien pero se ve bastante genial haciéndolo. Esa era mi tirada por aquellos años extraños, entre mis 12 y 15. Lo que realmente me incitó a la literatura, los libros, el arte, etc. fueron las ganas de ser distinto a las demás personas. No en un sentido profundo, no, quería ser apreciado por mis pares adolescentes, tener una novia, algo. Por eso me intenté inventar un hobby además de los dos que ya tenía, la música y los videojuegos: iba a leer y tratar de ser un pequeño científico. La historia de como llegué a lo que llegué del lado académico daría para otra entrada, no la tocaré por ahora. Les pedí a mis papás que me regalaran un libro para mi cumpleaños número 14, con la esperanza que no me tomaran la palabra...me regalaron Cien Años de Soledad.  


El ciclista, Natalia Goncharova. 1913.

El Vértigo Horizontal, Juan Villoro

Antes todo esto era cerro...

Familia incómoda podríamos llamar a la totalidad de la ciudad de México. La queremos, podríamos incluso decir que daríamos una gran parte de nuestra vida por ella, pero aún así seguirían existiendo esas cosas que tanto nos incomodan, lastiman e indignan. Aprendimos a admirar una pequeña región que hace ya muchos años fue llamada, ahora el nombre es muy irónico, cómo la región más transparente del aire.

Desmenuzar en sus hebras a la imponente CDMX (siglas que quedan tan en onda con los días que corren) es una tarea que durante mucho tiempo ha estado haciéndose en la literatura: novelas, cuentos, poemas han sido escritas y escritos usando a uno de los personajes más notables de todo México. Sin embargo, el ensayo, la crónica, lo que hemos tenido a bien llamar No-ficción, tiene una posición especial dentro del torrente de tinta de las letras mexicanas, muy en especial en la gran Tenochtitlan. Valga la pena mencionar a dos grandes antecedentes, Monsiváis y Novo, en cuyos ensayos la Ciudad tomó dimensiones, se volvió un ente en constante cambio, en una fuerza antropogénica, se volvió en una procesadora de carne humana, en una mole insaciable, en la gran moldeadora de sueños y alegrías y la gran fuente de dolores y pesadillas.

La mirada al caos y cosmos chilango

Juan Villoro aborda una vez más el tema y lo hace a través del último camino que mencioné. La mezcla no podría ser más parecida al lugar donde cualquier cosa puede hacerse torta tan solo al meterla al bolillo: recuerdos del primer hogar, historias personales del autor, análisis de personajes excéntricos, disecciones quirúrgicas de las entrañas de la Ciudad, paseos por toda clase de rincones camaleónicos, crónicas que pudieran haber pasado ayer en algún lugar cerca de mi casa, el miedo y el asco de la burocracia citadina...todo finamente hilado, conectado, los límites del libro configuran todo un espacio que va desde lo personal a lo general. Transposiciones de lo meramente personal a lo inmenso de la población chilanga. El microcosmos nunca se sintió tan grande, mientras que el macrocosmos nunca se sintió tan íntimo.

El espacio que abre el autor a su vez, se ve atravesado por los ojos de quién ya tiene algo de camino andando, por supuesto que me refiero a los suyos: sus ojos son experimentados, cuando yo llegue él ya vino de regreso más de tres veces, es una mirada atenta, colorida y, sobretodo, ligera (en el sentido que dió Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio: aligerar lo que de por sí ya tiene su peso en nuestra existencia). Me llama la atención, si es que la comparación que voy a hacer se toma por válida, la pesadez que puede sentirse en algunos ensayos que forman los volúmenes de La utilidad del deseo y De eso se trata con respecto al Vértigo Horizontal. El espectro en el que se mueve Villoro es amplio, convierte la experiencia literaria en una experiencia de vida pero también lo puede hacer al revés. La facilidad para quitar o poner peso hace que leer ensayos de los dos últimos tomos que mencioné y luego leer el volumen que discutimos sea una sorpresa a cada paso de la página. Si bien es la misma persona quien escribe, la sorpresa y el ingenio no se pierden.
De ahí viene la empatía que chorrea del libro. "También yo" es una frase que quien lea va a repetir muchas veces.

Particularmente, los ensayos que se acercan a los andares de Juan por la ciudad son de los más interesantes y valiosos que hay en el libro. Su estilo es más narrativo, se presta para ello. Él nos sentó a su alrededor y nos comenzará a contar historias que sucedieron hace tiempo, en una ciudad que ya parece muy lejana. No puedo dejar de recordar el texto que dedica a su abuela, una odisea contra el exterior. Sin caer en sentimentalismo gratuito, el cuadro que termina de pintar el autor es conmovedor y revelador sobre las dinámicas que existían en nuestro antiguo DF. ¿Cómo podría alguien pasar por alto aquella crónica/memoria de Nonoalco? Aquella fiesta donde Villoro casi pierde sus botas. Las anécdotas pasan a ser miniaturas finamente confeccionadas, ensayos con alma de cuento o novela.

El Vértigo Horizontal va calado, va garantizado tanto por su narrativa cómo por su no-ficción. Sus construcciones son descansos donde quienes vivimos en la mole CDMX sentir un abrazo y que estaremos prono en casa después de un día largo en el metro. Para quienes no la conocen, este será un cuadro general de todas las situaciones que pueden llegar a suceder (por supuesto que no todas) en el centro surrealista del mundo.

Muchas gracias por leer, pronto nuevas letras.

Miguel Angel Díaz Gutiérrez, El Ratón. 20 de abril de 2023.



miércoles, 16 de septiembre de 2020

Sobre La Muerte en Venecia de Thomas Mann.

 En los haberes de la literatura europea, existen ciertos y ciertas autoras que sobresalen por los retratos de su época que confeccionan a través de sus obras, en el caso de Mann (y específicamente en La Muerte en Venecia) no solamente se presenta un retrato de Europa, si no, que se siente como si en sus páginas se escondiesen las ruinas de un espíritu que jamás volverá a ser el mismo, o, siquiera, volverá a existir.

La novela fue escrita en 1912, dos años antes del estallido de la primera guerra mundial, por un joven Mann que comenzaba a destacar en los círculos literarios de Múnich. El argumento de ésta gira alrededor del escritor Gustav von Aschenbach  y su obsesión con un joven polaco llamado Tadzio. El libro tiene una pequeña carga autobiográfica ya que el mismo Mann realizó un viaje a Venecia en 1911, donde el escritor admirase a un joven (bastante similar a Tadzio) en su hotel. En su forma, la novela es corta (en mi edición no supera las 130 páginas), con una narrador omnisciente y reflexiones del autor, las cuales se centran en la estética, el arte y los conflictos morales que se generan por la obsesión con Tadzio. No es secreto que las novelas del autor son altamente simbolistas y, por ello, complicadas de leer, sea de la extensión que sea, exige que el tiempo de lectura sea consagrado plenamente a él, a titulo personal, es una novela que para ser entendida en su totalidad requiere más bagaje histórico y de la propia obra de Mann (el cual, dicho sea de paso, no poseo).

Los escenarios que propone la obra, aunque reducidos, son efectivos para mostrar el estado del protagonista, calles estrechas, los interiores del hotel y las plazuelas, estos escenarios se vuelven envolventes. Hay una curiosidad en este apartado, en la catedral de San Marcos una de las bellas del mundo transcurre una escena del libro, donde se dedica a describir a Tadzio ignorando totalmente a la catedral, un recurso, como muchos otros, que dan cuenta de la profunda obsesión por el chico.

Pude entender esta obra de dos maneras, mutuamente no son excluyentes, pero si quiero dejar claro que, dada la naturaleza del volumen con el que se trata, no son las únicas interpretaciones. La primera de estas formas de entender la historia es un complejo retrato de la decadencia Europea que comenzó a permear en la sociedad de allá desde finales del siglo XIX y principios del XX, ya que, comienza la historia en Alemania que en ese entonces era una potencia en crecimiento que estaba viviendo la industrialización en su esplendor, haciendo de lado los antiguos valores y costumbres, era un mundo nuevo, no es difícil por ello imaginar a un gran escritor cuyos textos son utilizados por las escuelas de su país natal para enseñar literatura que está insatisfecho, “pasado de moda”, inclusive sintiéndose el mismo un anacronismo. El viaje que emprende Aschenbach es la búsqueda por nueva inspiración y motivo, fallando en el primer intento y casi en el segundo, este último siendo la llegada a Venecia, una ciudad que sufre de lo mismo que París, es una ciudad de apariencia perfecta, como un sueño materializado en sus edificios, canales y plazas que, en el fondo, sigue siendo una ciudad, con todos los problemas que ello implica…una nueva versión de lo vivido. Sin embargo, el contacto con el mar y, en general, el agua, da un dinamismo que ayuda a que el paisaje recuerde a viejas glorias, donde lo bello era imperecedero y las formas no se habían trastocado. En esta interpretación la obsesión con Tadzio es el afán de lo viejo (Aschenbach) de seguir siendo vigente, seducido por la belleza novedosa del futuro (a pesar de sus aparentes debilidades y contradicciones), seducción artificial, enfermiza que solamente da la última puñalada para sellar el destino de lo viejo, la inevitable muerte que, dicho sea de paso, es cíclica, por ello la novela toma su tiempo en el año 19… Aquí las reflexiones estéticas toman un papel central para entender la inminente llegada de la modernidad (entendida en términos artísticos, no históricos o filosóficos), reflexiones que buscan dar razones a tales cambios.

La segunda interpretación es la más literal, pienso que se refiere a un estudio psicológico de una mente cansada de su vida monótona y aburrida a pesar de toda la admiración y prestigio obtenidos en el pasado que, con unas vacaciones, pretende remediar, de nuevo, en busca de nueva inspiración, tal vez, quitarse el velo de Maya. Esta búsqueda lo lleva a Venecia donde sus impulsos reprimidos de hace años comienzan a salirse de control, por ello esta interpretación si va directamente referida a un deseo de Aschenbach, el cual, mediante las reflexiones estéticas, trata de ser justificado, sin embargo, choca con la moralidad que impide que este deseo (pedófilo) se culmine (muy a lo apolíneo y dionisiaco de Nietzsche, bastante más retorcido). Obsesión que le hace ignorar el peligro inminente que existe en Venecia, una nueva peste que comienza a cobrarse a sus primeras víctimas y él, en un tono de “héroe”, quiere que el joven se salve antes de que algo le llegase a pasar. Es la decadencia total de una mente obsesionada tratando de controlar su deseo (y, en gran medida, lográndolo) que es atormentada no por su objeto de deseo, si no, por si misma, en cada momento enfrentando una “reflexión” estética contra la cruda realidad de lo antimoral que resulta su obsesión. Consiguiendo “paz” solamente al sentir que su vida se desvanece a causa de la peste que azota Venecia.

Como pueden notar quienes han llegado a esta última parte de la entrada es un libro denso, cuyo argumento es problemático y si sumamos el factor simbolista, es una obra que, a pesar de su brevedad, es tremendamente compleja. La incomodidad al leerlo fue la razón que me llevó a casi abandonarlo, pero, después de algunos días de haber terminado la lectura, veo que dicha incomodidad era pertinente para llegar a las interpretaciones que más arriba escribí. La experiencia al leerlo fue extraña, ya que la belleza de las páginas del libro contrasta con su argumento tan obscuro…al final, es una faceta de la condición humana que se decide ignorar por los problemas que conlleva, libros así ayudan a adentrarse en esas facetas. Si van a leer esta obra recomiendo mucha paciencia y, sobre todo, mente crítica, muy crítica ante todo lo que se relata.

Tengan por seguro que leerán más sobre Mann en este blog.

PER ASPERA AD ASTRA.      

                                 Foto de mi edición por parte de Mirló Ediciones, me encantó. 

domingo, 26 de julio de 2020

La vuelta del roedor, una reseña de "En El Camino".

Hola, a quienes decidieron leer esta entrada en este blog, un tanto abandonado (espero cambiar eso con el paso del tiempo) pero aún vivo. Hoy, como dice en el título, hablaré de una de mis lecturas durante la cuarentena: En el Camino de Jack Kerouac, o “la Biblia” de los beat.  

La novela fue escrita por Jack Kerouac a principios de 1951, y publicada en 1957. Este libro representa un paradigma para la generación Beat, generación con otros exponentes cómo Allen Ginsberg (Aullido) y William S. Bourroughs (Desayuno Desnudo). Esta generación fue marcada por la guerra y, en mucha mayor medida, en la nueva realidad que se formó después de ésta, cuando en Estados Unidos se vivía una aparente bonanza y avance, el auténtico "Sueño Americano", sueño con el cual no estaban conformes ellos y demás autores y autoras que conformaron la generación. Su literatura era transgresora y mostraba sin contemplación historias del bajo mundo, Estados Unidos como realmente era y, en mi opinión, la condición y decadencia humana frente a un optimismo exacerbado ciego ante las carencias que se vivían, hasta cierto punto, profetizando los vicios contemporáneos.

La historia del volumen en cuestión se le considera en parte autobiográfica ya que muchos de los eventos relatados si tuvieron lugar en la vida de Kerouac en sus viajes entre 1947 y 1950, donde recorrió con sus amigos su país y parte de México, se cambian los nombres reales por pseudónimos, por ejemplo: Jack Kerouac es Sal Paradise, Neil Casady es Dean Moriarty, Allen Ginsberg es Carlo Marx y William Bourroughs es Old Bull Lee la lista completa de pseudónimos puede ser encontrada en Wikipedia en el artículo de la novela. El argumento se centra en un escritor, Sal, quien en los fines de curso de la universidad decide comenzar a hacer viajes por todo Estados Unidos, conociendo a Dean quien lo insta a realizar más, en la novela se relatan las rutas y los eventos que pasan durante esos viajes. A nivel narrativo la novela maneja un estilo "bop", en referencia a esa variante del Jazz que está presente en toda la obra a modo de musicalización de algunos pasajes; este estilo se caracteriza por ser frenético e inquietante (aunque, debo decir que ese ritmo no se mantiene en toda la obra, profundizaré más adelante) produciendo cierto repelús e inclusive cierto estrés por la velocidad a la que puede llegar la narración.

A nivel de estilo el libro me gustó ya que no utiliza un lenguaje erudito y la prosa es amena, lo cual facilita mucho su lectura. El estilo "bop" es interesante ya que en ciertos pasajes la velocidad es demasiada mientras que en otros es más lenta y contemplativa, los primeros causan euforia y emoción, mientras que los segundos invitan mucho a reflexionar sobre los eventos que suceden en los lugares a los que Sal y Dean despiden. Puedo entender que no guste esto ya que el ritmo es intermitente, siendo que las primeras dos partes de la novela son más contemplativas (claro que tienen sus pasajes más alocados, pero son los menos) mientras que en las siguientes partes los momentos frenéticos tienen más protagonismo que los momentos de calma. Lo bueno de esta estructura es que da pie a sentir más de cerca el desarrollo de personajes ya que a pesar de tener juergas, orgías, drogas, etc. recuerda que siempre queda ese sentimiento de crecimiento y apaciguamiento del frenesí a favor de lo estable y pleno, además da muestras de la imperfección de este crecimiento y de los vicios que poco a poco consumen y destruyen, pero sin olvidar que esos vicios definen y dan circularidad a un período definido de la vida de cualquiera.

La ambientación es alucinante, con contrastes propios de los climas, ciudades y carreteras de Estados Unidos, haciendo que las ciudades como San Francisco brillen, a pesar de que el escenario sea un tugurio donde el Jazz, el alcohol y la anfetamina son cosa común. No obstante, mi ambientación favorita, por mucho, es el desierto del sur, ahí el ritmo desenfrenado y frenético se detiene por un momento y da paso a una de las partes (la segunda) más reflexivas, cercanas y cálidas de toda la narración, dejando entrever que la plenitud puede ser alcanzada.

Me llamó la atención este libro por el documental Rolling Thunder Revue de Netflix donde Bob Dylan habla de que el mismo Kerouac le dio una copia y había quedado sorprendido ya que, bajo su perspectiva, el libro contaba el ciclo de una vida y las peripecias que pueden surgir al tratar de empalmar el futuro incierto con lo frenético de la moderna vida capitalista. Concuerdo con Dylan en el hecho de que en efecto habla de ciclos y de peripecias, sin embargo, no creo que sea una novela que refleje (por lo menos en nuestros tiempos) la experiencia de la totalidad de personas, primero, por tratarse de otro país y, segundo, por la condición de quienes leyeran después de la novela. A pesar de esto, Sal y Dean llegan a ser espejos de ciertos procesos de crecimiento humano, por ejemplo, afectivos, espirituales, económicos, religiosos, etc. y es la principal virtud de la novela. Más que el supuesto “shock value” por todas las situaciones “inmorales”, el volumen presenta implicaciones (de hecho, profundas) sobre el desprendimiento del pasado y la paulatina búsqueda de nuevas experiencias, mientras que al perpetuar la autodestrucción en favor de vivir la mejor vida posible conlleva a la extinción de la propia libertad. Supongo que si pudiésemos entrar a la novela e interrogar al Sal de la última parte sobre el siguiente pasaje: “La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que esta loca por vivir, loca por hablar…” matizaría a favor de la gente que ya se ha consumido y busca otros horizontes para lograr la tan ansiada plenitud, mientras se ve en retrospectiva la carretera…la carretera de la vida.

En fin, es una lectura que catalogo como buena, no llega a ser una de mis favoritss, pero tampoco resultó en una mala experiencia, recomiendo que la lean y le den una oportunidad. Es todo por el momento, recuerden revisar las demás entradas, tengo algunas cosillas interesantes por ahí. Per Aspera Ad Astra.

Portada del libro, los derechos de la portada pertenece a editorial Anagrama.



lunes, 4 de mayo de 2020

El techo de mi habitación.


Acostado con las luces apagadas puedo darme cuenta de que siempre tengo un claro-oscuro en mi habitación, mi ventana jamás ha tenido cortina y los faroles alumbran un poco, antes de dormir veo el techo dividido. Pienso que algún día aparecerá una imagen con respuestas a todas las preguntas y preocupaciones que he tenido antes de cerrar los ojos. Respiro tan hondo como puedo, deseo sumergirme entre la luz y la oscuridad, nunca lo logro, pero tampoco dejo de intentarlo, llevo años viendo el techo, blanco con irregularidades que le dan relieve. A veces me gusta pensar que se trata de un inmenso océano con fosas y cordilleras inmensas, tan inconmensurable que solo queda flotar, cual hoja en el río.

También hay algo de anti-profético en él, pienso que tiene memoria y puede proyectar los actos pasados. “Pasaba frente al edificio con las esperanzas de encontrar un camino. Los sonidos se amplificaban cuando veía las ventanas con tendederos, los cables enmarañados en los postes y a la gente pasar con sus mochilas. Algunas veces tuve miedo, otras más alegrías…pude sentir de todo al caminar por esta calle”. Los recuerdos vívidos son como asomarse a un balde lleno de agua y ver el reflejo, siempre cambiante, impreciso, pero siempre presente. Allí no se puede mentir. “Cuando subía las escaleras siempre tenía deseo de sorprenderme, casi siempre lo lograba, pero ese día la tristeza era profunda. Claudicar era lo único en lo que pensaba, no entendía por qué. Lloré amargamente antes de entrar al aula, no había motivos o necesidad, lágrimas de más…” Lo interesante es ver como el rumbo a cambiando, a veces para bien, otras para mal. “Aún lo recuerdo, ¿sabes? Como eran las tardes de huir a … solo a perder el tiempo, porque no teníamos dinero suficiente. Ahora pienso que fue lo mejor, conocí a gente que hoy ya no existe, no murieron, pero los caminos dejaron de entrelazarse…y a muchos corté al caminar. Si pudiera agradecer las horas cerca de la fuente, me harían falta tres vidas para hacerlo…” Las palabras, como hace poco oí en una película, son la magia más poderosa: Pueden ser tan longevas como el bismuto o tan efímeras como una flor.

Muchas veces, el techo repite incansablemente esos recuerdos, pero yo también tengo mis propias proyecciones, la finitud es una motivación enorme y los recuerdos es vivir más de una vez. “Aquel abrazo, yo, tendría que pensarlo ¿Hay algo que pensar realmente? Ya hablé con […] ella no sabe si siente lo mismo, pero no es posible que no haya sentido lo mismo al abrazarme. Quiero seguir adelante con esto” Creo que tantas veces fui apresurado al expresar lo que sentía, sin embargo, la pregunta sigue ahí: ¿Estuvo mal hacerlo? La respuesta definitiva aún no la tengo, a pesar de ello, mi intuición dice un rotundo NO. “Te amo, perdón, perdón, lo dije, lo sé, lo sé, aún es apresurado, pero así lo siento y quería que lo supieras. Ah, tan tonto yo, no debí soltar el freno, espero que aún quiera estar conmigo” Sin embargo, siempre culmina en mi reflejo, verme morir un poco a cada mañana, las flores se marchitan y cada vez el agua se va aclarando, disipando todo lo que alguna vez fue. Y sigo ahí, pase lo que pase, viendo el reflejo: ¿Eso es lo que seré?

Parpadeo y miro a mi alrededor, está oscuro, pero puedo reconocer algunos objetos del lado iluminado: juguetes pequeños que conservo, los recuerdos que mi amada me ha traído de sus viajes, nuestra fotografía, los cuadernos, mi diario, los libros que tengo a la mano en mi escritorio. Todo parece congelado, si escucho con mucha atención, cada objeto susurra su historia, las fotografías el momento y la respiración de la madera es nítida, ella ha visto y sentido todas estas historias. Ha sido empapada por lágrimas de antaño, ella escucha y recuerda, entre sus grietas se esconden las vidas de todo objeto de la habitación, la más vieja es la más sabia también. 
Una vez más mi mirada está hacia arriba, el agua en calma y mi rostro aún sigue ahí, no sé lo que viviré hoy, me intriga mucho saber si puedo recordar todos los detalles. Al fin y al cabo, el tiempo es como las olas, van y vienen, podrían ser la misma agua, pero jamás lo sabremos con certeza. Lo que si puedo decir es que la brisa y la espuma siempre se sienten como la primera vez, a pesar de que no logre recordar aquella primera vez. Tal vez ahí, esté el secreto para poder descifrar al tiempo ¿Quién puede saberlo? Ahora se me ocurre una pregunta más, no creo que sea muy popular: ¿Vale la pena preguntar por aquella primera vez?   

martes, 21 de abril de 2020

Cartas de la cuarentena, cuatro.


Hola, siento no haber escrito en los últimos días, sinceramente lo postergaba por hacer casi cualquier cosa. Sin embargo, aquí tienes otro resumen de mis días fuera.

Revisé que te había dicho sobre ir a Picadilly, si fui y además paseé por Soho por la tarde-noche, así fue como lo recomendaban en internet, tenía mis dudas (por eso de que no me gustan demasiado las fiestas, clubes, etc.) pero al final resultó mucho mejor de lo que pensaba, aunque no entré a los bares más abarrotados, fui contagiado con un poco de ese ambiente jovial veraniego de las calles. Mi recorrido comenzó en la tienda de LEGO ¡las palabras no me alcanzan para decir lo mucho que me encantó! De verdad que amo esos pequeños juguetes, había sets de casi cualquier cosa: de ciudades, de autos, de películas, robots…un vagón de metro gigante, te puedo asegurar que mis ojos debieron haber brillado durante la hora y media que estuve dentro. Por supuesto que me compré un set y un llavero, el primero fue uno de las principales atracciones de Londres, mientras que el segundo fue uno de un señor con bombín bastante tierno.

Saliendo de ahí muy contento con mi bolsa amarilla, caminé hacia Soho con la intención de tomar una buena pinta en algún pub o en algún restaurante, al final tomé la última opción dado que había demasiada gente (cabe recalcar que tampoco me di a la tarea de buscar alguno, aunque fuese uno escondido en alguna calle poco transitada). El pequeño restaurante era acogedor, se trataba de una planta baja de un edificio de dos pisos, lo escogí por los marcos exteriores de los ventanales: eran de madera pintada de blanco, la puerta principal tenía un diseño que me recordó inmediatamente a la entrada del Café de Tacuba, sin estar rellena totalmente por madera ya que la parte superior era de vidrio con detalles pintados, donde ponían el nombre del lugar junto con su teléfono. El interior era mucho mejor, con candelabros con luz atenuada, mesas de madera y, un detalle muy caluroso: la pared derecha estaba repleta de cuadros de la vida londinense, desde los pescadores hasta los oficinistas.

Me senté cerca de uno de los ventanales y pedí mi cerveza junto con un fish and chips (solo para poder tomar la cerveza). Mientras esperaba mi pescado, tomaba sorbo a sorbo la pinta, viendo a mi alrededor, en una de las mesas contiguas había una pareja comiendo el postre, un cheesecake con zarzamora, el viejo y confiable para acabar una comida, no me atrevería a decir que se tratase de una cita y no creo que en este caso sea importante, se veían sumamente a gusto. Una de ellas comenzó a tener un semblante extraño justo después de haber recibido un mensaje, rápidamente trató de remojar aquello en el café que tenía frente a ella, sin embargo, ya era tarde, su acompañante se percató de inmediato ¿Has sentido el asedio de alguien al quererte ayudar (cuándo evidentemente no quieres que lo haga)? Tan solo por mirar su semblante podías saber que ella no quería hablar, o siquiera permanecer más tiempo en el restaurante. Quien recibió el mensaje fue al baño, no sé por qué de inmediato pensé que haría una llamada ahí dentro, sería mejor para ella tener su privacidad. Mientras tanto su amiga pidió la cuenta y cruzó las manos, posiblemente pensando sobre lo que acaba de suceder. Nos resulta importa reunir los hechos, recabar tanta información para comprender y, en un paso más adelante, compadecer lo que el otro siente. Justo es lo que ella hacía, círculos en su cabeza, uniendo puntos, dibujando en su imaginación tanto pudiese para ayudar a su acompañante; todas las capacidades se volcaban a ese momento que había llegado, ella lo sabía. El frío recorre mi espalda de solo recordarlo. Quien recibió el mensaje salió del cuarto de baño un poco mejor. No hubo necesidad de palabras, solo se sentó a esperar la cuenta. Afortunadamente llegó poco después, dejaron el dinero y salieron. Solamente un abrazo cerró aquel momento, pienso que después hablaron por el camino.

Llegó mi pescado cuando casi terminaba con la pinta, lento pero seguro, la prisa no era algo que me importase en aquel momento. El sabor era bastante bueno, el rebozado es la clave, siempre tiene un toque único. Las papas fritas eran eso, ni más ni menos, sin quejas. La porción era adecuada, dos filetes capeados y un par de puños de papas. Comiendo, pensé sobre lo que había pasado con las mujeres de la mesa aledaña ¿No te parece impresionante como un evento inesperado, que podría representar a duras penas una pequeña parte de una tarde agradable, pudiese desarmar un encuentro? Más si se trata de una persona que procura el más alto control de lo que le sucede…un escenario muy parecido a una emergencia. Puede ser que le demos demasiada importancia al tiempo, al fin y al cabo, siempre nos recuerda nuestra finitud y sinsentido. De hecho, de eso se cuelgan varios listillos woke que prometen una vida mejor solo al rellenar ese vacío con misticismo y espiritualidad barata ¿O acaso no es irónico ver que tanta gente trate de “conectar” con su “yo interior” con a penas unas cuantas horas de Yoga? ¿Es acaso ese culto al tiempo el que nos lleva a tratar de suprimir esos momentos inesperados y negarlo? ¿Es tan importante ser feliz todo el tiempo? (llegó mi segunda cerveza, London Pride solo para aparentar mi desconocimiento total en este tema) Para los tiempos que vivimos tal vez, puedo imaginarme los dos polos, el positivo donde solamente se busca la plenitud democratizada: siempre al alcance de todos, tarea noble en la que yo mismo estaría de acuerdo justo después de alinear los índices para que cada persona pueda llegar; el negativo donde la dominación de la sonrisa es la regla general, dejar de hacerlo es una violación a la establecido. No obstante, lo que sucedió hace ya media hora tiene poco que ver con lo anterior, por que casi olvido algo importantísimo: esas mujeres debieron ser amigas, es vital entender que escapa de toda la comprensión de lo que dije antes, ya que no importa el tiempo, solo importa lo que la otra persona siente, si en ese momento quien recibió el mensaje hubiese comenzado a llorar, su amiga hubiese pedido agua para ella, hubiese tomado su pañuelo para limpiar sus lágrimas, para terminar con un abrazo. No lloró y en su lugar fue al baño a tratar de calmarse, la cautela de su acompañante fue enternecedora, no quiso exponer a su amiga al ver su intento de refugiarse de ese momento de debilidad, por eso esperó hasta estar fuera del restaurante para primero dar el abrazo y después comenzar a hablar sobre ello (y terminar con otro sincero abrazo). Ojalá esté mejor y no sea nada tan grave.

Terminé mi visita con un Cheesecake y una taza de café, la costumbre pudo conmigo, además no era realmente importante esa decisión, habría otros postres para poder experimentar, en ese momento sólo quería un sabor familiar, cercano y pensar en lo que vi.

Ya había caído la noche, las luces de los establecimientos formaban una pequeña constelación que danzaba con el movimiento de los peatones. Grupos, parejas, gente solitaria, había de todo, era otra noche en Soho. Sentí cierta nostalgia al verme rodeada de la diversión, extraño cuando solíamos salir con el squad. Paré un momento en Picadilly, para ver todo el movimiento y respirar antes de entrar al metro, todo sucedía demasiado rápido, solté mi cabeza al cielo, vi lo inmutable que parece la Luna desde abajo. Y, por un momento, solo bastaba eso y mi respiración.

Tomé el metro y volví al piso. Solo atiné en poner un poco de música y comencé a leer un poco, no lo hice por mucho tiempo, no tenía ganas. Paré la música y me quedé dormido.
Perdón si lo ultimo fue un poco dramático pero ese día las emociones estaban a flor de piel, extraño lo que fue. Creo que somos un poco mejores ahora, pero eso no borra la gran aventura que tuvimos la dicha de experimentar. Te mando un fuerte abrazo.

viernes, 10 de abril de 2020

Cartas de la cuarentena, tres.

Café de la mañana, aromática textura
y el sol con sus rayos calentando mi rostro.
Siento el ligero soplo de las horas
sentado frente al ventanal alto y azul.

La radio del piso de abajo suena confusa
entre salsa e interferencia marchando rumbo
a la calle, seguramente a esconderse en
las caderas del panadero y su ayudante.

Sonido de hojas se ahogan con la música
y los mirlos matutinos: pequeño concierto
entre aromas, colores y sabores, pronto acabará
con mi café y la hora de salir...pero sólo
soy yo y la ventana un sábado al mediodía.

En lo que encuentro qué escribir. Parte 1.

  Nunca supe como elegir libros Este blog lo comencé hace ya tres años. Esperaba poder verter en él reflexiones sobre lo que leía, de primer...