lunes, 4 de mayo de 2020

El techo de mi habitación.


Acostado con las luces apagadas puedo darme cuenta de que siempre tengo un claro-oscuro en mi habitación, mi ventana jamás ha tenido cortina y los faroles alumbran un poco, antes de dormir veo el techo dividido. Pienso que algún día aparecerá una imagen con respuestas a todas las preguntas y preocupaciones que he tenido antes de cerrar los ojos. Respiro tan hondo como puedo, deseo sumergirme entre la luz y la oscuridad, nunca lo logro, pero tampoco dejo de intentarlo, llevo años viendo el techo, blanco con irregularidades que le dan relieve. A veces me gusta pensar que se trata de un inmenso océano con fosas y cordilleras inmensas, tan inconmensurable que solo queda flotar, cual hoja en el río.

También hay algo de anti-profético en él, pienso que tiene memoria y puede proyectar los actos pasados. “Pasaba frente al edificio con las esperanzas de encontrar un camino. Los sonidos se amplificaban cuando veía las ventanas con tendederos, los cables enmarañados en los postes y a la gente pasar con sus mochilas. Algunas veces tuve miedo, otras más alegrías…pude sentir de todo al caminar por esta calle”. Los recuerdos vívidos son como asomarse a un balde lleno de agua y ver el reflejo, siempre cambiante, impreciso, pero siempre presente. Allí no se puede mentir. “Cuando subía las escaleras siempre tenía deseo de sorprenderme, casi siempre lo lograba, pero ese día la tristeza era profunda. Claudicar era lo único en lo que pensaba, no entendía por qué. Lloré amargamente antes de entrar al aula, no había motivos o necesidad, lágrimas de más…” Lo interesante es ver como el rumbo a cambiando, a veces para bien, otras para mal. “Aún lo recuerdo, ¿sabes? Como eran las tardes de huir a … solo a perder el tiempo, porque no teníamos dinero suficiente. Ahora pienso que fue lo mejor, conocí a gente que hoy ya no existe, no murieron, pero los caminos dejaron de entrelazarse…y a muchos corté al caminar. Si pudiera agradecer las horas cerca de la fuente, me harían falta tres vidas para hacerlo…” Las palabras, como hace poco oí en una película, son la magia más poderosa: Pueden ser tan longevas como el bismuto o tan efímeras como una flor.

Muchas veces, el techo repite incansablemente esos recuerdos, pero yo también tengo mis propias proyecciones, la finitud es una motivación enorme y los recuerdos es vivir más de una vez. “Aquel abrazo, yo, tendría que pensarlo ¿Hay algo que pensar realmente? Ya hablé con […] ella no sabe si siente lo mismo, pero no es posible que no haya sentido lo mismo al abrazarme. Quiero seguir adelante con esto” Creo que tantas veces fui apresurado al expresar lo que sentía, sin embargo, la pregunta sigue ahí: ¿Estuvo mal hacerlo? La respuesta definitiva aún no la tengo, a pesar de ello, mi intuición dice un rotundo NO. “Te amo, perdón, perdón, lo dije, lo sé, lo sé, aún es apresurado, pero así lo siento y quería que lo supieras. Ah, tan tonto yo, no debí soltar el freno, espero que aún quiera estar conmigo” Sin embargo, siempre culmina en mi reflejo, verme morir un poco a cada mañana, las flores se marchitan y cada vez el agua se va aclarando, disipando todo lo que alguna vez fue. Y sigo ahí, pase lo que pase, viendo el reflejo: ¿Eso es lo que seré?

Parpadeo y miro a mi alrededor, está oscuro, pero puedo reconocer algunos objetos del lado iluminado: juguetes pequeños que conservo, los recuerdos que mi amada me ha traído de sus viajes, nuestra fotografía, los cuadernos, mi diario, los libros que tengo a la mano en mi escritorio. Todo parece congelado, si escucho con mucha atención, cada objeto susurra su historia, las fotografías el momento y la respiración de la madera es nítida, ella ha visto y sentido todas estas historias. Ha sido empapada por lágrimas de antaño, ella escucha y recuerda, entre sus grietas se esconden las vidas de todo objeto de la habitación, la más vieja es la más sabia también. 
Una vez más mi mirada está hacia arriba, el agua en calma y mi rostro aún sigue ahí, no sé lo que viviré hoy, me intriga mucho saber si puedo recordar todos los detalles. Al fin y al cabo, el tiempo es como las olas, van y vienen, podrían ser la misma agua, pero jamás lo sabremos con certeza. Lo que si puedo decir es que la brisa y la espuma siempre se sienten como la primera vez, a pesar de que no logre recordar aquella primera vez. Tal vez ahí, esté el secreto para poder descifrar al tiempo ¿Quién puede saberlo? Ahora se me ocurre una pregunta más, no creo que sea muy popular: ¿Vale la pena preguntar por aquella primera vez?   

En lo que encuentro qué escribir. Parte 1.

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