lunes, 18 de marzo de 2019

El gato que venía del cielo, Takashi Hiraide.


A lo largo del poco tiempo que llevo escribiendo de manera asidua uno de los temas al que más recurro es a la transformación de la cotidianidad en algo extraordinario. Hay historias donde esa transformación es mucho más evidente que otras lo cual no deja duda que tuvo lugar, mas, la verdadera riqueza de ese sentir está en lo inesperado que es, no en el final en si, la trascendencia se encuentra meramente en el proceso que conlleva está transformación. Sobre esto último no hay muchas historias (por lo menos que yo haya leído o visto) que logren imprimir ese particular motivo, no hay que ser muy perspicaces para saber que ésta es una de aquellas historias.
Perderse entre los pasajes casi rituales de este libro resulta en un paseo dentro de la vida de una pareja casada, sin hijos ni mascotas, un escenario idóneo para una vida que se puede antojar costumbrista (a De Larra le encantaría que sucediese esto) pero que poco a poco sale de su realidad para adentrarse a una mucho más brillante sin ser ficticia. Honesta. Justamente se debe recalcar ese aspecto, el hilo conductor de la historia se desenvuelve en el seno de una pareja, aparentemente plena, respirando tranquila, cuando un gato llega a sus vidas, el pequeño Chibi que pronto será protagonista del vuelco sobre las vidas de esta pareja.
No es un libro que explícitamente lleve al lector a una emoción en concreto, de momentos se toma la libertad de ahondar en detalles dónde la contemplación es el hilo conductor de la experiencia, para mí, resultó bastante raro encontrar cierta familiaridad en estos pasajes, familiaridad que pronto se justificaba al releer Capote o ver alguna pintura de Edward Hopper con el añadido de salir de Estados unidos para encontrarse con Tokio. Este es uno de los acercamientos más certeros que tiene el autor hacia la poesía dentro de la obra, no se siente disruptivo, sino que arroja una nueva capa de profundidad sobre el texto.
La corta extensión de la novela me parece que no es fortuita, la brevedad que tiene recuerda que el tiempo tiene una variabilidad gigantesca, no hay una métrica universal, lo que se mantiene constante es la dicotomía consciencia/inconsciencia que hace olvidar la mortalidad del andar humano sobre este mundo y a su vez recuerda lo valioso de los momentos etéreos que llenan las expectativas de vida.
Con respecto a esto, la cotidianidad que se presenta va transmutando de algo totalmente monótono hasta un evento maravilloso, ya que los detalles esconden la verdadera naturaleza de la existencia, esos detalles son explorados con una precisión milimétrica, recordando que aquello que pasa día con día es afortunado, inesperado y extraordinario.
El detalle del gato es una conexión central (tanto así que aparece en el título de la obra) no solamente con la pareja, si no, con todas las personas que la rodean, es el dinamismo de la consciencia de la existencia, la razón principal para proyectar lo bueno que pasó en su pequeña imagen ondulante. La fugacidad de Chibi podría parecer injusta, pero recuerda ese mensaje, la muerte es lo único que es seguro pero por eso mismo la experiencia de vivir, bajo todas sus circunstancias y sus facetas, es tan profunda, sublime…y bella.
Per Aspera Ad Astra.

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