Los
anchos pasillos de la biblioteca se sentían fríos y secos, ese día no había muchas
personas en ella, solo unas cuantas que ojeaban páginas mudas. No me fue extraña
esa imagen, siempre pasa que un sueño nos invade cuando se leen libros más
pesados que nuestras cabezas.
Las
estanterías parecían más altas que de costumbre, probablemente fue esa
remodelación que hicieron hace unos meses, en fin, es una impresión tardía
(solía ir cada tres días a la biblioteca), pasaba las colecciones: filosofía,
ciencia, esoterismo, historia, cocina, música, gramática, lógica, matemáticas,
satanismo/autoayuda, etc. no tenía una lectura fija para ese día, tomé algunos
libros de las secciones antes mencionadas y procuré ahora si sentarme frente a
la ventana donde daba el sol, no quería enfermarme.
Pasaba
página tras página, solo eran un desfile de letras impresas, no me decían nada
a pesar de mi esfuerzo por tratar de entenderlas. Tras algunos intentos fallidos,
fui dejando uno a uno los libros que tomé en el carrito de los bibliotecarios
algo polvoriento. Fueron pasando las horas, ninguna de mis elecciones perduró
en la mesa. Un poco derrotado, comencé a dirigirme a la salida de la biblioteca,
no sin antes revisar el último aparador: Fuera de índice, principalmente eran
adquisiciones que no han sido indexadas o libros muy viejos que serían
restaurados o desechados dentro de muy poco. Mis pasos se hicieron lentos
mientras daba un vistazo a lo que había en los estantes, la calma de un encuadernado
azul me llamó la atención, tomé el volumen y lo llevé a la mesa. De las cosas de Paracelso, un título sumamente
presuntuoso, sin embargo, muy sensual para una obra a todas luces vieja.
Pensé
que se trataría de alguna recopilación de tratados de alquimia, en parte si lo
eran, pero había más que solo un grimorio, había detalles de una ciudad lejana
que había sido fundada por el antiguo alquimista, una ciudad cuyo nombre (según
el autor) debe ser olvidado para salvaguardar los secretos de su interior. Hablaba
de su forma de gobierno, un sistema aristocrático sin muchas pretensiones más
que tener un estado cercano a la virtud. Las costumbres de aquella ciudad eran variadas
y sistemáticas, siempre respecto a las enseñanzas de Paracelso, conjugando los
días con cada metal de la antigua alquimia, con algún tipo de espíritu distinto
para cada uno. Para este punto de la lectura habían pasado cerca de 2 horas, el
libro parecía hacerse cada vez más largo, las palabras eran cada vez más
escasas, solo había letras aleatorias, traté de parar, pero unas pulsaciones intensas
en mis dedos me hicieron tomar de nuevo el libro, solo para encontrar que ahora
se encontraba totalmente en blanco, las letras, la historia, nada, no había nada,
pasé cada vez más rápido las hojas, pasaban y pasaban, eran infinitas. Sentía
mis manos atadas a la pasta azul, tenía que soltar aquel libro. La tinta brotaba
de él, dibujaba en sus páginas símbolos incomprensibles, algunos parecidos a
aquellos usados en los aquelarres, otros más que parecían hacerse sangre. De pronto,
los símbolos se hicieron nítidos y comenzaron a mostrarme cuanto había vivido
hasta aquel momento, pude ver a mi madre mientras me daba a luz, me vi
creciendo, todo estaba lleno de aquellos símbolos, mis ojos, las bocas de las
personas, pasaba el tiempo tan rápido que pude verme morir, vi los rostros y las
lenguas de los seres creadores, millones de rostros que se repetían en un incesante
aullar, mi mente comenzó a flaquear, no podía más, había visto a la creación a
la cara, solo deseaba perder ese estado, grité fuertemente, pero fue inútil, quería
morir, dejar de sostener ese libro…
Sentí
una mano sobre mi hombro y desperté, el guardia me había despertado, rápidamente
dejé los libros en los cochecitos de bibliotecario y decidí irme a casa, a
tratar de olvidar lo que allí sucedió.
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